“En el Parque Japonés se realizó anoche la fiesta con que obsequiaba a los miembros de la prensa el directorio de las exposiciones internacionales, con motivo de la próxima inauguración. Orientado en la dirección del Paseo de Julio, con ubicación dentro de las seis hectáreas de terreno comprendidas entre la línea del ferrocarril Central Argentino, Callao y Recoleta, aquel tiene tres entradas; Ia principal frente a la calle Ayacucho, la de carruajes y automóviles con acceso al restaurant del Club Japonés, correspondiendo la otra a Callao, inmediata a la falda sur del volcán Fujiyama. De pura arquitectura japonesa, se destaca de estas tres entradas la de Ayacucho que es una casita nipona con todas las características de línea, colorido y luz que tan sugerentes hacen estas viviendas asiáticas. Las otras dos, de construcción más sencilla pero del mismo estilo, llaman igualmente desde lejos la atención por su gracia exótica; la impresión que se experimenta una vez en el parque japonés y la visión en primer término de la mole clásica del circo romano contrastando con el fondo rocoso y bravío de la montaña del Fujiyama que se erige sobre la orilla acantilada del gran lago, semeja una maravillosa transposición de un paraje extraño y bello donde todos los medios de solaz hubieran sido reunidos. El circo romano, reproducción del de la antigua ciudad de los Césares, se levanta en primer término con sus ciento veinte columnas, seis esfinges y los dos pabellones que flanquean el escenario inmenso, abierto al cielo y en donde son posibles los desfiles interminables de cabalgatas y comparsería por las dos rampas laterales que desde los subterráneos ascienden a la arena. El circo tiene capacidad para 3.500 espectadores sentados y el anfiteatro ofrece la particularidad que desde cualquier punto de observación no se pierde detalle de lo que ocurre en la arena o en el escenario. Los palcos y los asientos están construidos como el auténtico circo romano. El volcán Fujiyama con su cráter entre nieves eternas se abre a considerable altura sobre el nivel del gran lago y del lago menor.
Esta montaña de dos cumbres con una bese de cuadra y media está penetrada en sus vertientes, hendeduras y abismos por los rieles de un servicio de dos coches cada uno, llamados trenes panorámicos. Durante el recorrido de mil metros, se penetra en túneles, se recorren valles, se ascienden cuestas, se deslizan pronunciadas pendientes y siempre y en todo instante se experimenta la sensación de un viaje aéreo atrevido. Dos lagos bañan la falda del Fujiyama, el gran lago y el lago menor, con una diferencia de nivel de 0,65 metros, lo que determina, por medio del canal subterráneo citado y un aparato elevador, el movimiento continuo de las aguas. Descuellan en el centro del gran lago sobre mansa superficie surcada por canoas, los quioscos japoneses de las islas de las Gueishas. Dando vuelta por la avenida principal de los jardines y rodeándole el circo romano hacia el norte, se hallan las ruinas de Taj Mahal a la margen del lago menor donde se toma pasaje en el tren panorámico y sobre el canal que luego cruza las entradas del monte hasta comunicar, como se ha dicho, con el gran lago. En estas ruinas empalma la línea de los botes del Water Chute con los trenes del Fujiyama, según reza el rótulo de uno de los sillares. Estos botes hacen un recorrido subterráneo y ondulado antes de salir lanzados al lago menor, igual en longitud y duración al de los trenes. El Club Japonés es una construcción de estilo nipón que habrá de ser el punto de reunión para las clases elegantes. Llama la atención en el comedor de invierno la reproducción exacta del templo Nico de Tokio. El pabellón de música es de líneas graciosas y delicadas que se destaca en las inmediaciones del club y frente a la casa de té (TiaYa). Aparte de otras numerosas diversiones que tiene el parque japonés, como la reproducción del terremoto de Mesina, donde se presencia desde el comienzo al fin el desastre que aniquiló a esta ciudad, el círculo de la risa donde una simple ley física es aprovechada para pasar un rato de hilaridad, riéndose de los otros y de sí mismo, está la curiosa aldea indostánica establecida en el extremo norte de los jardines con sus talleres y fábricas, bazares y objetos de la India”.
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