“Cuando se nos enseñó a mirar con atención rincones y tozos insignificantes de la ciudad con el ojo fotográfico –una caja de fósforos junto a la rueda de un coche, un pedazo de puerta al sol, una pierna que sube la escalera, comprendimos que nuestros ojos están ciegos. No nos sirven nada más que como lazarillos para cruzar las calles, no tropezar con otros y ganarnos la vida. El ojo ideal sería la célula fotoeléctrica. La ciudad pervierte así nuestros sentidos y, finalmente, nuestra inteligencia, que en vez de ser órgano de percibir la belleza, el bien y la verdad, se convierte en órgano de lucha y defensa, ocupado en eludir peligros y en acrecentar las reservas de pequeñas ventajas acumulativas. Inteligencia en la yema de los dedos, como el ojo del ciego.
“En este orden de cosas Buenos Aires todavía no ha sido descubierto, y aun para los que acostumbramos a acariciarlo voluptuosamente con la vista, todos los días tiene sorpresas de emoción que venimos a estimar cuando estamos lejos de allí. La estética de la ciudad, ¿corresponderá al álbum más que al libro?”
“En este orden de cosas Buenos Aires todavía no ha sido descubierto, y aun para los que acostumbramos a acariciarlo voluptuosamente con la vista, todos los días tiene sorpresas de emoción que venimos a estimar cuando estamos lejos de allí. La estética de la ciudad, ¿corresponderá al álbum más que al libro?”
Detalle del texto
Título | Vista |
Autor | Ezequiel Martínez Estrada |
Fecha | - |
Fuente | La Cabeza de Goliat, 1981, Tomo 1, pp. 84 y 85. |
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Medio | Ensayo |
Categoría | - |
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