Las cuatro caras
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“El río de la Plata antes de llegar al puerto se acicala por última vez; viene deslizándose poderosamente desde las selvas primitivas; en seguida arroja a un lado los camalotes y se pone a maniobrar transatlánticos. Deja, para internarse en el océano con otras muchas cosas que se van, riberas gloriosas de belleza y denuedo. Primeramente se le creyó un mar: el Mar Dulce; ahora sabemos que es el estero de confluencia del Paraná y el Uruguay. Mañana se dirá que es todavía la pampa que ahí se hace agua, como por otros sitios se hace techos o cielo.
“En cambio, el pobre Riachuelo arrastra sus seculares detritos de las curtidurías y los saladeros, lavándose constantemente en su misma suciedad, como lady Macbeth en su remordimiento. Sangre, materias orgánicas, desperdicios. Para la enfática ciudad es una mancha originaria que anda, un monumento imperecedero del ayer desembocando frente a la gran urbe, es un gran mar. Por la mañana, el grande río se ilumina con brillos argentados; por las tardes el Riachuelo profundiza su lobreguez de tinta china y emana hedores enervantes… Hace muchos, muchísimos años que el matarife lo convirtió en jamerdana, y desde entonces arrastra, sumiso, los desechos de mataderos y frigoríficos. Todo hacia el Mar Dulce, donde también desaguan tantas fortunas y esperanzas, filtradas en las arenas de plata, y hacia donde, para decirlo de una vez, todos somos diaria y sutilmente arrastrados a la deriva.
“El norte es nuevo y el sur antiguo, en la ciudad. Uno data de aquella época de súbita prosperidad que puede situarse en la economía y en la cultura alrededor del año 1880; otro tiene ahora cuatro siglos. Espiritualmente, el norte es anterior a la Conquista, porque había sido soñado, como el hijo antes de nacer. Y también porque el ocio es anterior al trabajo, en el Génesis del catolicismo: el domingo es el primer día de la semana.
“El ocio señorial es la característica del norte, donde las magníficas mansiones que prosiguen su dominio latifundiario salen hospitalariamente con sus alamedas al encuentro del transeúnte, según la vieja y noble costumbre española. Le ofrecen la sombra, mientras pasa.
“Desde el fondo de la historia económica, por lo menos, trae el sur su negro chorro de sangre de mercado. No obstante, entre el norte y el sur no hay antagonismos: uno es rico y el otro pobre, como sucede en el seno de cualquier familia. El antagonismo leal, frontal, abierto, existe entre el este y el oeste. El oeste sigue siendo las más rural de las zonas metropolitanas, o la más cívica de las zonas del llano, según se considere que Buenos Aires desborda sus casas hacia la pampa, o que ésta entra, por el subsuelo, hasta el estuario. Es una franja de sutura del país con la urbe. Por ahí sale y entra constantemente, con el viento que propaga los alegóricos yuyos, el hijo del desierto, que no comprende aún el progreso exclusivamente urbano.
“Por el contrario, el este no sólo es de agua en vez de tierra, sino que también es de origen y progenie diferentes. Por ahí el hijo de la inmigraciones detiene a mirar por sobre la ciudad el nivel de la vasta llanura, y tampoco comprende el prodigio.
“El este es la zona de contacto con Europa, con lo europeo y con todo lo que no nos pertenece a fondo, inclusive lo que se aclimata a la nacionalidad y la quiera hacer saltar por cualquier extremo. Si al oeste comienza la llanura del interior, al este concluye la del exterior. Por el oeste se sale del país metiéndose en Buenos Aires; por el este se sale de Europa metiéndose también en Buenos aires”.
Detalle del texto
Título Las cuatro caras
Autor Ezequiel Martínez Estrada
Fecha -
Fuente La Cabeza de Goliat, 1981, Tomo 1, pp. 71 y 72.
Créditos -
Zona -
Tema Geografía,
Naturaleza
Medio Ensayo
Categoría -
Etiquetas
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