“1 / Las paredes que caen bajo el redoble / de la piqueta /dejan en orificios / ver la luz de / jardines y de alcobas / que quedaron inmóviles / y que son hoy insólitos baldíos. / Una cama de hierro envuelta por las hiedras / que fue lecho de pasión y tormento, prado de sueños truncos, / hoy es una tumba de invisibles guerreros. / El campanario, larga galería / de sonido y tristeza, es patio / que coronan las lluvias. / Entre ortigas, / donde se sientan los abuelos muertos / arden los fuegos fatuos / que restalla el olor de las letrinas / y de los pozos ciegos. / Como un volcán se forman hormigueros / y una aurora boreal irreparable / cae en la inmensa estatua del olvido / como una vestidura imperial / hecha harapos y lodo. / Un helecho que crece / en el centro solitario del alma / no dice su palabra, echa raíces / en la bruma que mezcla las esencias / para el futuro cuerpo de la vida. / El verano moría / dentro del corazón y levantaba / su brasa fatigada. / Con sus viejos ornatos / la ciudad es la cárcel de trajín y de ruido. / La belleza se vuelve a su misterio.
“2 / Junto a las tierras de las demoliciones / las nuevas catacumbas, olor fluvial de túneles. / Aún no se ha disipado / la intimidad de cuartos y escaleras / que dibujan los muros. /La nueva fundación huele a brea / y en el carmín fosforescente parten/ como adioses los barcos / grávidos del ancho aliento de la vida. / Se obstina entre alambradas la bella enredadera. / En su fresca salud / los obreros como árboles magníficos / banquetean con su pobre comida. / La luz color azogue los protege. / Un cónsul romano / se asoma por un postigo entreabierto. / Se recluye la majestad del nacimiento / y acepta el destino / de una nueva salud imperturbable. / Veía la bahía de Nápoles / en las destilerías de petróleo; / los circos y trapecios del aire, / el bosque de chimeneas, / la guerra de los gases / en el agua impenetrable / los incendios flameando / sobre torres vacías. / La luz innumerable / multiplicando su estallido / en el índigo puro. / El abandono dulce de las máquinas”.
“2 / Junto a las tierras de las demoliciones / las nuevas catacumbas, olor fluvial de túneles. / Aún no se ha disipado / la intimidad de cuartos y escaleras / que dibujan los muros. /La nueva fundación huele a brea / y en el carmín fosforescente parten/ como adioses los barcos / grávidos del ancho aliento de la vida. / Se obstina entre alambradas la bella enredadera. / En su fresca salud / los obreros como árboles magníficos / banquetean con su pobre comida. / La luz color azogue los protege. / Un cónsul romano / se asoma por un postigo entreabierto. / Se recluye la majestad del nacimiento / y acepta el destino / de una nueva salud imperturbable. / Veía la bahía de Nápoles / en las destilerías de petróleo; / los circos y trapecios del aire, / el bosque de chimeneas, / la guerra de los gases / en el agua impenetrable / los incendios flameando / sobre torres vacías. / La luz innumerable / multiplicando su estallido / en el índigo puro. / El abandono dulce de las máquinas”.
Detalle del texto
Título | Zona imprecisa |
Autor | Héctor Ciocchini |
Fecha | - |
Fuente | Herbolario, 1982. |
Créditos | - |
Zona | - |
Tema | Naturaleza |
Medio | Texto literario |
Categoría | Ruina |
Etiquetas
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