“Ninguna de las reflexiones estéticas (de Baudelaire) ha expuesto lo moderno en su imbricación con la antigüedad tal y como ocurre en ciertos poemas de Les fleurs du mal.
Entre ellos está en primer lugar el poema “Le cygne”. No en vano es alegórico. Esta ciudad, que está en constante movimiento, se pasma. Se hace quebradiza como el vidrio, pero también, como el vidrio, transparente de su propia significación (…) La figura de París es frágil; está cercada por emblemas de la fragilidad. De criaturas frágiles: la negra y el cisne; y de fragilidad histórica: Andrómana, viuda de Héctor y mujer de Heleno”. El rasgo común es el duelo por lo que fue y la desesperación por lo que vendrá.
(…)
“Su idea de la caducidad de la gran ciudad está en el origen de la duración de los poemas que ha escrito sobre París.
El poema “Le cygne” también está dedicado a Hugo; tal vez uno de los pocos, cuya obra, según le parecía a Baudelaire, sacaba a la luz una nueva antigüedad. En cuanto pueda hablarse de ello, en Victor Hugo la fuente de inspiración es fundamentalmente diversa de la de Baudelaire. A Hugo le es ajena la capacidad de entumecimiento que, si el concepto biológico es admisible, se manifiesta en la poesía de Baudelaire mil veces como una especie de mimesis de la muerte.
(…)
“La suma importancia que este ciclo (“A l’arc de triomphe”) tiene en la obra de Victor Hugo corresponde al lugar que ocupa en el surgimiento de una imagen de Paris del siglo XIX conformada a la antigüedad. Baudelaire la reconoció sin duda alguna. Procede del año 1937.
Ya siete años antes, anota el historiador Friedrich von Raumer: “Desde la torre de Notre-Dame abarcaba ayer la inmensa ciudad: ¿quién ha edificado la primera casa?; ¿cuándo se derrumbará la última y aparecerá el suelo de París como el de Tebas y Babilonia?”.
(…)
“Cien años después de Raumer, Léon Daudet contempla París desde el Sacré-Coeur, otro lugar elevado de la ciudad. En sus ojos se refleja, en una contracción terrorífica, la historia de lo moderno hasta el momento presente: “Desde arriba se ve esta aglomeración de palacios, monumentos, casas, barracas, y se tiene el presentimiento de que están destinados a una o varias catástrofes metereológicas o sociales… He pasado horas en Fourvières con la mirada sobre Lyon, en Notre-Dame de la Garde con la mirada sobre Marsella, en el Sacré-Coeur con la mirada sobre París… Lo que percibía más claramente de esas alturas era la amenaza. Las aglomeraciones de hombres son amenazadoras… El hombre necesita del trabajo, cierto, pero también tiene otras necesidades… Entre otras necesidades tiene la del suicidio, que se afinca en él y en la sociedad que le forma; y es más fuerte que su instinto de conservación. Por eso cuando se mira desde arriba, desde Fourvières, de Notre-Dame de la Garde, el Sacré-Coeur, se admira uno de que Lyon, Marsella, Paris existan todavía”. Éste es el rostro que, en el siglo presente, recibe la “passion moderne” que Baudelaire reconocía en el suicidio.
“La ciudad de París entra en este siglo en la figura que le dio Haussmann. Puso por obra su revolución de la imagen de la ciudad con los medios más modestos que imaginarse pueda: palas, picos, palancas y cosas parecidas. ¡Y cuál fue la destrucción que no provocaron medios tan limitados! ¡Y cómo han crecido desde entonces con las grandes ciudades los medios de acomodarlas al suelo! ¡Qué imágenes del porvenir no provocan!
(…)
“En todo caso, la obra cuya dependencia subterránea con la gran revolución de París es absolutamente indudable, estaba acabada años antes de ser esta emprendida. Eran las vistas de París del acuafortista Meryon. A nadie impresionaron tanto como a Baudelaire. No le movía, como movía a los sueños de Hugo, la visión arqueológica de la carátrofe. Según él la antigüedad tenía que surgir de pronto, tal una Atenea de la cabeza de Zeus incólume, de una incólume modernidad. Meryon sacó a la luz el rostro antiguo de la ciudad, sin abandonar uno solo de sus adoquines.
(…)
“Gustave Geffroy acierta en su centro en la obra de Meryon y acierta también su parentesco con Baudelaire; pero sobre todo acierta la fidelidad en la reproducción de la ciudad de París, que pronto se convertiría en un campo de ruinas, al buscar la singularidad de esas estampas “en que por mucho que estén elaboradas inmediatamente, según la vida, dan impresión de una vida ya transcurrida, que esta muerta o que va a morir”.
Entre ellos está en primer lugar el poema “Le cygne”. No en vano es alegórico. Esta ciudad, que está en constante movimiento, se pasma. Se hace quebradiza como el vidrio, pero también, como el vidrio, transparente de su propia significación (…) La figura de París es frágil; está cercada por emblemas de la fragilidad. De criaturas frágiles: la negra y el cisne; y de fragilidad histórica: Andrómana, viuda de Héctor y mujer de Heleno”. El rasgo común es el duelo por lo que fue y la desesperación por lo que vendrá.
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“Su idea de la caducidad de la gran ciudad está en el origen de la duración de los poemas que ha escrito sobre París.
El poema “Le cygne” también está dedicado a Hugo; tal vez uno de los pocos, cuya obra, según le parecía a Baudelaire, sacaba a la luz una nueva antigüedad. En cuanto pueda hablarse de ello, en Victor Hugo la fuente de inspiración es fundamentalmente diversa de la de Baudelaire. A Hugo le es ajena la capacidad de entumecimiento que, si el concepto biológico es admisible, se manifiesta en la poesía de Baudelaire mil veces como una especie de mimesis de la muerte.
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“La suma importancia que este ciclo (“A l’arc de triomphe”) tiene en la obra de Victor Hugo corresponde al lugar que ocupa en el surgimiento de una imagen de Paris del siglo XIX conformada a la antigüedad. Baudelaire la reconoció sin duda alguna. Procede del año 1937.
Ya siete años antes, anota el historiador Friedrich von Raumer: “Desde la torre de Notre-Dame abarcaba ayer la inmensa ciudad: ¿quién ha edificado la primera casa?; ¿cuándo se derrumbará la última y aparecerá el suelo de París como el de Tebas y Babilonia?”.
(…)
“Cien años después de Raumer, Léon Daudet contempla París desde el Sacré-Coeur, otro lugar elevado de la ciudad. En sus ojos se refleja, en una contracción terrorífica, la historia de lo moderno hasta el momento presente: “Desde arriba se ve esta aglomeración de palacios, monumentos, casas, barracas, y se tiene el presentimiento de que están destinados a una o varias catástrofes metereológicas o sociales… He pasado horas en Fourvières con la mirada sobre Lyon, en Notre-Dame de la Garde con la mirada sobre Marsella, en el Sacré-Coeur con la mirada sobre París… Lo que percibía más claramente de esas alturas era la amenaza. Las aglomeraciones de hombres son amenazadoras… El hombre necesita del trabajo, cierto, pero también tiene otras necesidades… Entre otras necesidades tiene la del suicidio, que se afinca en él y en la sociedad que le forma; y es más fuerte que su instinto de conservación. Por eso cuando se mira desde arriba, desde Fourvières, de Notre-Dame de la Garde, el Sacré-Coeur, se admira uno de que Lyon, Marsella, Paris existan todavía”. Éste es el rostro que, en el siglo presente, recibe la “passion moderne” que Baudelaire reconocía en el suicidio.
“La ciudad de París entra en este siglo en la figura que le dio Haussmann. Puso por obra su revolución de la imagen de la ciudad con los medios más modestos que imaginarse pueda: palas, picos, palancas y cosas parecidas. ¡Y cuál fue la destrucción que no provocaron medios tan limitados! ¡Y cómo han crecido desde entonces con las grandes ciudades los medios de acomodarlas al suelo! ¡Qué imágenes del porvenir no provocan!
(…)
“En todo caso, la obra cuya dependencia subterránea con la gran revolución de París es absolutamente indudable, estaba acabada años antes de ser esta emprendida. Eran las vistas de París del acuafortista Meryon. A nadie impresionaron tanto como a Baudelaire. No le movía, como movía a los sueños de Hugo, la visión arqueológica de la carátrofe. Según él la antigüedad tenía que surgir de pronto, tal una Atenea de la cabeza de Zeus incólume, de una incólume modernidad. Meryon sacó a la luz el rostro antiguo de la ciudad, sin abandonar uno solo de sus adoquines.
(…)
“Gustave Geffroy acierta en su centro en la obra de Meryon y acierta también su parentesco con Baudelaire; pero sobre todo acierta la fidelidad en la reproducción de la ciudad de París, que pronto se convertiría en un campo de ruinas, al buscar la singularidad de esas estampas “en que por mucho que estén elaboradas inmediatamente, según la vida, dan impresión de una vida ya transcurrida, que esta muerta o que va a morir”.
Detalle del texto
Título | El París del Segundo Imperio en Baudelaire |
Autor | Walter Benjamin |
Fecha | - |
Fuente | Poesía y capitalismo, 1972, p. 101-107. |
Créditos | - |
Zona | - |
Tema | Arquitectura y Urbanismo |
Medio | Texto teórico |
Categoría | Ruina |
Etiquetas
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